martes, 28 de diciembre de 2010

De tradiciones bilbaínas a creencias mexicanas

El martes 21 de diciembre, la mayoría de mis compañeros españoles habían pedido permiso para suspender las clases de la tarde. Ese día se celebraba a Santo Tomás. Al no tener idea de quién era “ese señor”, quise ir a investigarlo. Fuimos Velia (nicaragüence), y Gema (española que nunca en su vida había ido a la celebración).

Llegamos al lugar de la cita: Casco Viejo. Desde que salimos de la estación del metro, nos encontramos con una multitud conformada por jóvenes que se notaba no rebasaban los 21 años. Todos en estado ebrio y algunos otros a punto de llegar a ese punto. Nos reunimos los tres turistas y fuimos al lugar donde vendían “talo con chorizo”, que no es más que lo proporcional para nosotros a una especie de tortilla a mano con loganiza. La bebida estelar: sidra. Eso es el leitmoiv de aquella celebración a la que el argumento más sólido es el de el parteaguas para iniciar los festejos navideños. Sin mayor protocolo, Santo Tomás inicia así: compra venta de esa tradicional bebida y alimento y temina de la misma forma.

En México hay muchísimas celebraciones por diversos motivos y en el concepto de lo anterior: está el inicio de las posadas, los últimos XV años del año, la boda de la amiga, el bautizo colectivo en la villita del primer ahijado, etcétera.

De toda esa gama del santoral que a los mexicanos se les ha ocurrido celebrar, está uno que para mi representación es el más paradigmático: el 28 de cada mes.

No me enteré de tal celebración hasta que hice mis prácticas profesionales en El Universal. Cada mes durante los cinco que estuve ahí, presencié aquel interesante ritual. Personas disfrazadas, otras con estatuas, algunas más con pequeños, medianos o grandes piezas en la mano de San Judas Tadeo. Considero que poco a poco la fe por tal personaje ha incrementado.

Pareciera que la iglesia de San Hipólito, a la salida del metro Hidalgo, en la ciudad de México, pagara por las visitas. Miles de personas circulan durante los días 28. Todo inicia desde aproximadamente las 8 de la mañana. Dan las 10 de la noche y la gente no deja de pasearse aún. Todo suele concurrir con pasividad y armonía.

Al parecer, ambos ejemplos, el de Santo Tomas y el de San Judas Tadeo, son paradigmáticos de comparación. Hay quien quizás se enorgullecería de México al decir que las tradiciones siguen vigentes y la fe presente. Que en España cientos de jóvenes ebrios celebran a un santo que ni yo, que fui a festejarle, pude conocerlo, o saber en realidad un motivo razonable del porqué se festeja así.

Quizás los mexicanos podrían decir que los hace felices ver a personas devotas con flores, velas, sus santos y hasta vestidos como ellos para decir que son buenos.
Lo creería hasta yo, si no es porque un día como ése, un 28 de algún mes, saldría a la calle escondiendo hasta el mínimo valor que llevara en la mano y mi hermano me dijera “es 28, ese día no asaltan porque es día de 'Sanjuditas'. Seguiría orgulloso de ese patrimonio de fe que tienen mis mexicanos si meses después, un 28 de ese mes, no hubieran asesinado a ese hermano que me dijo que los días 28 no asaltan.

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