domingo, 13 de diciembre de 2009

Nietzsche hablando de jotos

Cosas raras son ésas que paren hijos y no nacen más que para otra cosa. Vergüenza me da decir que salí de algo así. Para mí resulta atípico. Me he acostumbrado. Ahora observo el mundo tratando de evitar verlas y acercármeles.

Ellos no se quedan atrás. Nacen para masturbarse. Llegan a la Tierra para procrear bastardos como todo animal. Dicen que trabajan y sólo mueven sus cuerpos de la manera más estúpida que el mismo Dios podría describir de esa manera. No piensan.



Ambos: él y ella. Así él-ella. Uno descendió del otro. Esa contracción semántica y lingüística que se denota. Así como emanó Eva de Adán. Tal para cual.



¿Ése es el mundo? Qué risa me da. Es suficiente saber que así de imperfecto y putrefacto lo es. Pero no. falta algo. Ese Gólem descerebrado, humillado y ultrajado que cada tres segundos se ve. Sí, todo pareciera que así de “malo” resulta.



Es mentira. Si ellas son unas pequeñas bestias curiosas. Ellos los monstros que nacieron para hacerlas reproducir, les falta el joto. Ése que fusione a los ya referidos. La masa que tal pareciera hiper arrojada al mundo. La cosa más despiadada, de la cual el mismo Dios se crucificaría él solo si viera nacer y desenvolverse.



Se mueve como ella, pero tiene lo de él: ¡qué asco!...



Lo que más repugnancia me da, es tener que reconocer que gracias a los jotos, las bestias ésas dejan de ser únicas, y los egocéntricos machos, no les queda nada más que reconocer que son igual que ellos. Lo anterior… nada comparado a admitir que yo, con mi admiración a Dionisio y Apolo. Con esa enorme fascinación que me dotan los griegos. Sus cuerpos, su inteligencia. Las orgiásticas fiestas entre hombres...
...Debo revelar... que esa estúpida masa rara y decadente... es la única que para mi excelente intelecto, debe preexistir en la Tierra.

sábado, 25 de julio de 2009

El mundo de las orugas, los capullos y las mariposas

Alcanzas el objetivo. Has acertado. El éter te ha hecho parte de él.

Después de nueve meses te adentras en aquello que los mortales denominan cosmos terrenal. Suceden los años y te internas cada vez más en la penumbra humana.

Incapaz de cualquier anomalía, aún; adviertes la presencia de quienes jamás saldrán de sí, por las represiones que la sociedad aún hace imperar con la idéntica hipocresía que reza un sacramento o asalta los pensamientos ajenos sin mirarse frente a un superficial espejo y dar cuenta de quién es.

Optimizas tu camino y se encuentran los nacientes. Las inocencias que dejan todavía presumir el brillo de su sana ingenuidad. Pronto terminará. Muy pronto…
Sosiegas la calamidad de tu presencia en el mundo tratando de ver el lado bueno de los que vuelan, los liberados. Ésos que se dicen salidos y emanados de las presiones familiares y sociales.

Victorioso logras apartarte un momento. Casi nada, del enmaraño y la podredumbre que acecha la mitológica tortuga.

Ilustras tu mente un rato con imágenes que la enriquecen, pero empobrecen cada vez más tu alma. Todo esto, para intentar escapar de lo que ya vislumbraste durante un rato. Casi una vida.

Concentras las ideas y conformas el macrocosmos social. Por fin. Todos te hacen ver lo que tú te resistes a notar. Así es esto. Así es aquí. El juego se maneja de ese modo: el más sucio. El que jamás te permitirá dejar tu naturaleza.

Tomas todo aquello que has usado para distraer tus ilusiones de que la aurora alumbrará algún día el camino para ti solo. Echas a la basura lo que más te duele: tus recuerdos. Despegas hacia lo que ya no es profano.

O al menos lo intentas.

Recibes la ganancia. No es material. Como a lo que regularmente estás acostumbrado. Incluso casi todos ustedes. Añoras lo más sublime y tampoco lo obtienes. Aún. La remuneración es el hecho. Sí, el simple hecho de adquirir conciencia. De saber que el mundo gira en torno a la voluntad. Y ésta, se juega en los terrenos de quien desea ser oruga, el que camine hacia los senderos bifurcados de los capullos. Y también, la dinámica se encuentra en salir y andar por los laberintos de la vida como una mariposa. Ese insecto que lleva consigo belleza, libertad, ánimo e ingenio. Pero todo… todo a conciencia de nivel irracional.

sábado, 27 de junio de 2009

jueves, 15 de enero de 2009

Mi alma se quedó en el Metro

Como Dios griego, se apareció entre lo que parecía ser el interior de un arco iris. Medía más o menos 1.80, espectaculares, deliciosos, antojables y bellos músculos. Conquistadores, apasionantes, y atractivos ojos claros. Piel hermosa, excitante, semibelluda blanca; labios carnosos, seguramente exquisitos, rosados. Un paquete entre sus piernas que se notaba desbordante en esa linda tanga varonil negra ¡Ahí viene!, ya de cerca parece modelo francés, ¡no puede ser!: -¡hola!-, digo con tono sexy. ¡Dios mío, me va a besar…!

Era de imaginarse: sólo un sueño.



Sonó el despertador justo cuando me iba a tomar entre sus labios. El chico de mis sueños.
Tengo 17 años y no llega aún quien debería ser el dueño de mi corazón.



-¡Rodyyyyy!-, grita mi mamá a las seis de la mañana para que me vista, baje a desayunar y me vaya al trabajo.
-Te dejo la comida en la mesa hijito, se me hace tarde. Adiós-.



Así es una de las miles de despedidas que a diario da mi madre, por las prisas y por el temor a que Roberto, su novio: la deje y no alcance a darle placer sexual antes de que la deje en su trabajo.

Yo me levanto, abro mi ventana que coincide con la de Tomás, mi guapísimo vecino. Él no está, porque trabaja de sptriper en un antro de la Zona Rosa.
Nunca me he hecho ilusiones debido a que tiene novia, con la cual va a tener un hijo dentro de algunos meses. Sólo es striper porque gana muy bien y nunca se mete con los clientes que darían el triple de lo que gana por acostarse con él: eso me consta.



Después de que la poca luz del sol que logra penetrar sobre mi pequeña alcoba, me desnudo completamente y entro al baño. Lavo de manera perfecta todas las partes de mi cuerpo. Perfumo las que más susceptibles al olfato de los hombres son.



Así, termino de ducharme y me dirijo nuevamente a mi recamara moradita que tanto trabajo me costó que mamá dejara plasmar sobre las paredes, mismas que encima llevan doradas estrellitas y coloridas mariposas.
Busco los bóxers que más pegados me queden. Sí, esos que son tan delgados, sensuales y que con sólo poner un dedo sobre mi cuerpo me erizo totalmente. ¿Qué pantalones van hoy? ¡Ya sé! Ésos que ayudan a que cualquier mano, por grande o chica que sea, logre tentar mis agasajables glúteos.
¿Playera o blusa? ¡Hay! Que no puedo usar blusas ¿verdad?
Bueno, entonces la más escotada, llamativa y pegada a mis casi huesos, pero con excelentes movimientos manuales que ayudan a que pueda tocar cualquier extremidad masculina, por muy difícil u oculta de acariciar que sea.



¡Me veo genial! Sólo paso mis manos por la cabeza, para que así, ésas determinen el volumen y forma del cabello que con tanto trabajo (más bien de mi mamá, porque de ella son las cremas y tratamientos), me ha costado conservar.



Pongo sobre mis finos y delicados pies unos hermosos zapatos de tela negros con una rosa encima: muy coquetos.



Bajo las escaleras que a la cocina me han de ayudar a llegar: huevo revuelto, bolillo, jugo de naranja y cereal. Esto más que un desayuno parece bufete, qué horror; pareciera que mi mamá quiere que me ponga como Daniel Radcliffe de gordo. Sólo tomaré jugo.

Antes de salir por esa puerta, la cual al ser abierta dejará ver a mis vecinas muertas de envidia por mi vanidad; y a los chicos deseándome en secreto, o sacando sus represiones con gritos que dicen insultantes, pero en realidad a mí me excitan: ruborizo mis labios, me veo al espejo y retoco esas partes de mi cara que no dejan ver a mi blanca y suave piel perfecta.

Doy un giro a la llave para poder salir. Mi mamá me deja encerrado porque la otra vez Chucho, el vecino tres años mayor que yo, quería violarme; no sé por qué no me lo aclaró antes, pues si hubiese sido así, no habría gritado.





Chiflidos que erotizan mi cabeza y erizan mi cuerpo me reciben al dejar que el aire de las siete de la mañana me dé en la cara. Las pocas vecinas que se levantan para acompañar a sus hijos a la puerta de la vecindad no dejan de mirarme. Algunas me sonríen, otras se tapan la cara como si vieran a uno de esos padres pederastas que tantos hay por aquí y que ellas alaban. Doña Chole es la única que me da la bendición.



¡Adioooos!, le digo coquetamente a Víctor, el vecino más guapo de ese lugar tan horrendo, pero cachondo en el que vivimos. Él sólo enrojece y se mete con su camiseta en mano al cuartito que renta con su madre que no está en ese instante, al que yo quisiera ingresar desnudo y entre sus brazos algún día.



Por fin llego al zaguán. Afuera siempre están los jóvenes chelenado. Aquí no hay lunes o sábado. Todos los días son los mismos para ellos. Y la verdad a mí me conviene, ya que afortunadamente siempre que no consigo ligar, o simplemente ando caliente, invito una cerveza a cualquiera de esos chicos: feos, flacuchos, pero muy bien dotados de “ahí”, los medio emborracho, y sale, ya la armé esa noche.



Muevo mi trasero como si de una pasarela de modas se tratase. Tomo la pecera y el chofer tira el dinero para que me pueda agachar y él ver mis lindas nalguitas.
Llego a Pantitlán. Sé que no hay que escoger: la línea rosa es mía, y el último vagón más.

No se puede ni caminar, la gente me avienta, tal pareciera que mis 1.60 de altura les permite pasar casi sobre mí. Pero eso no importa. Mi cuerpo se sigue moviendo como siempre.



Por fin llego a la línea rosa. Miradas atraviesan todo mi cuerpo desde lejos, no me dejan de encuerar con la mirada cuando aún no he llegado a la parte del último vagón.



Llega mi limosina anaranjada, las personas se arremolinan para tratar de entrar y no llegar más tarde de lo que ya se les hizo a su trabajo. A mí de da igual, nunca me correrían porque saben que soy la imagen de su negocio.



Escojo entre ese catálogo de mal gusto: morenos, blancos, lampiños, viejos. De todo: hoy se me antoja un blanquito, sirve de que me inspiro en el sueño que tuve hoy en la madrugada. ¡Ya lo vi! Ese niño lindo que le es imposible dejar de verme: 1.75 es más o menos su medida; lentes de intelectual que no le dejan ver mucho lo gay que es; ropa elegante y con un tono de represión; ojos cafés, labios semi rosados: no es muy parecido al de mi fantasía matutina, pero se acerca.




Me introduzco al tren, la gente ya no deja desenvolver a mis caderas como yo quisiera. Él me mira, y yo a él. Ahora sólo falta llegar a la siguiente estación para que haya movimiento fundamentado. Mientras, un viejo gordo y prieto ya está haciendo uso de mi rico culo: me frota y yo a él. No me importa excitarlo. Pronto llegaré con el propietario de mis sueños, de mi corazón y esta aventura de “metrar” se terminará.




Se detiene el tren, bajan dos y suben veinte, yo lucho por llegar al lugar donde mi amado se encuentra: ¡me ha sonreído! ¡Sí, efectivamente es el amor de mi vida! No puedo creerlo, ya era justo. Ahora, sólo estoy a un escaso metro de llegar con él.



Las estaciones pasan y no puedo acercarme, él sonríe pero no hace el menor intento por alcanzarme. El viejo gordo me perturba con sus toscas y feas manos. Me exige en un silencio escandaloso a sobarle el paquete que a punto se encuentra de explotar.



Llegamos a San Lázaro, donde mucha gente baja. Yo corro para llegar con mi amado. ¡Por fin! Ahora, sólo falta que él ponga de su parte. Y lo hace muy bien.



Se encuentra esplendido, es más guapo de lo que parecía de lejos. El gordo se ha bajado lleno de rabia porque lo he “botado”, lo que facilitará el logro de mi objetivo: estiro mi brazo a manera de que su nariz lo pueda oler. ¡Lo está haciendo!, volteo a verlo y me sonríe con es carita encantadora. Le pregunto su nombre: se llama Toño.



Mi limosina naranja ha llegado a Balderas: él no me toca y tampoco me hace la plática, yo trato de inducirlo a una charla, pero el chico de mis sueños simplemente sonríe. Comienza a bajar su mano (ya se le estaba haciendo tarde), yo introduzco la mía a la parte más vulnerable a la excitación de un hombre: bajo su bragueta y él se eriza. Intenta suspirarme en el oído, ya que la gente cada vez es menos, pero eso no impide que yo logre tocar sus aproximadamente 20 centímetros de placer.




Hemos llegado a Insurgentes, yo debo bajarme, pero no quiero. Le pregunto qué estación es su destino y me responde que Tacubaya: hago señas que se baje en Insurgentes, me dice que es tarde. Entonces, yo iré hasta donde Toño debe llegar. Parece agradarle la idea, pero dice que mejor en Sevilla sea donde bajemos: es maravilloso, ¡piensa en los dos!




Llegamos a donde sería nuestra cita exprés, y al momento en que bajo, mi hombre parece hacerlo también, pero justo cuando el metro cierra las puertas, el amor de mi vida se echa para atrás, y sólo ríe, como burlándose de mí… ¿por qué?, ¿por qué?, se notaba interesado en mí…



Esa es la manera en que termina un capítulo más de quién sabe cuántos la vida me deparará, hasta que el hombre de mis sueños salga del clóset o de donde quiera que esté, y se atreva dejar de permitir que mi alma siga residiendo en el último vagón del metro.

Ahora, doy vuelta para regresar a mi trabajo; mis caderas han dejado de moverse como lo hacía hace a penas unos minutos; el perfume de mi cuerpo comienza a esfumarse porque no me había dado cuenta de que el gordo me dejó olor a carnitas. Llego al último vagón y me observa un chico lampiño, ojos verdes y lindo trasero… ¿será aquél el amor de mi vida?...