Vivimos en un mundo dividido en todos sus sentidos. La educación no es la suficiente como para, al menos, dejar de matarnos los unos a los otros. La política es la constante monotonía de un circo que cuesta caro, pero de nula calidad. De esta ruptura que se está dando desde ya hace varias décadas, nadie, en particular, tiene la culpa, empero sí hay factores muy particulares que la generan: la lengua.
América, Europa y Australia son una amalgama de interconexiones. Para negocios, vacaciones y hasta residir interactúan frecuentemente. Pero, qué pasa con los orientales y los asiáticos. Ellos vienen a estos tres continentes sólo de vacaciones, de lo contrario, aprenden el idioma respectivo y su entorno se olvida del mundo que dejaron. Y que seguramente no es como lo pintan los medios extranjeros. Vivimos pensando en que los palestinos son buenos y los israelíes los malos. Pensamos que los chinos son felices trabajando todo el día. Que todos los africanos son pobres. ¿Será cierto? Nadie lo sabe y ni se enterará, porque 'no importa'.
El mundo está tan occidentalizado, que se olvida de la otra parte, y de conocer, si realmente, viven en el escenario que los medios nos muestran. Ya que, si constantemente vemos cómo tergiversan la información que presuntamente conocemos, sobre cuántas conjeturas sin confirmar no estaremos viviendo.
No hay propuesta para evitarlo. Menos solución. Sólo queda ser conscientes de que andamos por el mudo con una visión de la vida totalmente distinta, y seguramente errónea, a la que nos han contado. No pretendo ser existencialista. Esto es más bien ser realista de que residimos en una burbuja semántica y de códigos que sólo deja ver cómo la lengua es el principal elemento que fragmenta al mundo, y que incluso demuestra que es cuasi imposible entender los enigmas de la propia existencia del hombre.